Uno de los días de nuestra estancia en Kaolack, hicimos una visita que nos causó gran impresión. No colgué una entrada en su momento por falta de tiempo y energía. Fuimos a visitar un centro que la congregación de las Misioneras de la Caridad (fundada por la Madre Teresa de Calcuta) que había a las afueras de la ciudad.
Una pequeña monjita de origen indio nos enseñó el centro. Allí recogían a gente sola y enferma, sin recursos para ir a otro sitio, gente mayor e impedida. En una de las habitaciones y sobre unas camas había un muchacho de 21 años pero que no aparentaba más de 15. Nos enseñó los papeles que tenía y vimos que padecía enfermedad de Crohn. Había sido operado y llevaba una bolsa de colostomía, los recambios se los facilitaban las monjas. Su aspecto de enfermo crónico contrastaba con una gran sonrisa difícil de explicar e impoble de comprender. Allí mismo había otro señor mayor escuchando una radio, con un pie vendado, nos dijeron que era diabético y que la úlcera no terminaba de curarse. La monja se quejaba que hacía mucho tiempo que ningún médico había visitado a estos enfermos y que no podían acudir al hospital debido a su falta de medios. Aunque dudo que en ningún hospital de la zona pudieran haber estado mejor atendidos que allí.
En otra de las habitaciones y encima de otro camastro otro muchacho estaba tumbado, padecía de tuberculosis ósea y tenía deformada la pierna derecha, con una herida a nivel tibial anterior. En los pasillos sentados en sillas había más gente, sobre todo personas ancianas que te apretaban las manos al pasar y que te daban las gracias por haber venido simplemente a saludarlos. Una de ellas se había quemado en brazos, piernas y tronco un mes antes. Nos enseñó sus heridas que ya no eran si no grandes cicatrices ya secas en su mayoría. Ella no tuvo reparos en ensañarnos sus heridas y contarnos cómo se las hizo.
Al final saludamos a las cuatro hermanas que había allí, tres de ellas indias y una de Senegal. Había otra española que en ese momento se encontraba fuera.
Nos impresionó mucho la visita, por un lado lo bien cuidado, limpio y atendido que estaba el centro. Sobre todo comparado con lo visto anteriormente. La sencillez y humildad de las monjas y sobre todo el sufrimiento resignado de toda aquella pobre gente. Su rostro a nuestro paso sólo reflejaban una mezcla de resignación, humanidad y agradecimiento.
Hay aún personas que se entregan desinteresadamente y completamente por los demás, por los más desgraciados entre los desgraciados.
Hay que ser conscientes que mientras nosotros vivimos nuestras cómodas y rutinarias vidas existe gente que comparte y da su tiempo con los más necesitados. Es esta la Iglesia con mayúsculas que sin duda agradaría a Jesucristo. No los olvidemos y demos aunque sea una ínfima parte de nuestro tiempo o recursos a organizaciones como ésta, independientemente de nuestras creencias.
Gracias Rafa por recordarnos aquella visita. Has explicado muy bien los sentimientos de aquel momento y que, al salir y cuando la emocion nos permitio hablar, comentamos que habian sido los mismos en todos los del grupo: paz, agradecimiento, manos sencillas y pobres que calman el dolor....
ResponderEliminarMarta