Hace unos días terminé de leer el libro de Kapuscinsky "Ebano". Me ha gustado mucho, todo el es una joya de la que se pueden sacar cientos de frases, citas y textos increíbles. Se nota que este periodista viajó por África y sobre todo la vivió y la amó. El libro es una sucesión de relatos en distintos países del continente africano y nos puede dar una perfecta visión de la complejidad de África y de sus gentes.
Pero como él mismo dice no pretende ser un libro sobre África sino sobre la gente que el encontró en ella, ya que ésta tiene mil caras y el afán reduccionista y sintético occidental desvirtúa lo que en realidad es.
Cómo este es un blog relacionado con la medicina aquí os transcribo un extracto. En él, el autor describe de manera admirable la malaria y sus síntomas:
"La primera señal de un inminente ataque de malaria es una inquietud interior que empezamos a experimentar de repente y sin ningún motivo claro. Algo nos pasa, algo malo. Si creemos en los espíritus, sabemos qué es: ha entrado en nosotros un espíritu maligno y nos ha embrujado. Nos ha paralizado y clavado. Por eso no tardamos en sentirnos entumecidos, pesados y sumidos en el marasmo.
Todo nos irrita. Sobre todo la luz, detestamos la luz. Nos irrita la gente: sus voces estridentes, su repugnante olor y su tacto áspero.
Pero tampoco tenemos demasiado tiempo para experimentar semejantes ascos y repugnancias, pues al cabo de poco rato, a veces de repente y sin haber dado señal de aviso, se produce el ataque. Es un súbito y violento ataque de frío. Un frío polar, ártico. Como si alguien nos cogiese desnudos, abrasados por el infierno del Sahel y del Sáhara, y nos lanzase directamente al altiplano helado de Groenlandia y las Spitzberg, entre nieves, vientos y tormentas polares. ¡Qué conmoción!¡Qué choque!.
En un segundo empezamos a sentir frío, un frío terrible, espantoso, espectral. Empezamos a titirar, a temblar, a agitarnos. Sin embargo, no tardamos en darnos cuenta de que no se trata del del mismo temblor que conocemos de experiencias anteriores - de cuando, por ejemplo, pasamos mucho frío en la intemperie de un invierno-, sino que nos atenazan unas vibraciones y convulsiones que al cabo de poco tiempo nos desgarrarán en jirones. Y para intentar salvarnos, empezamos a suplicar ayuda.
¿Qué trae el mayor alivio en momentos así? En realidad, lo único que nos puede sacar del mal trance momentáneo es que alguien nos tape. Pero no que nos tape de manera corriente: con una manta, un cubrecama o un edredón. La cosa consiste en que la prenda de abrigo debe aplastarnos con su peso, aprisionarnos en una forma cerrada, apisonarnos. En un momento así, no hacemos sino, precisamente, soñar con que nos aplasten. ¡Nos gustaría tanto que nos pasase por encima una apisonadora! "
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